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No hay ni uno sólo que vuelva su mirada hacia nosotros agradeciendo lo recibido.
06 DE OCTUBRE DE 2011
Miramos alrededor. La multitud está a ahí y espera que le demos de comer.
Alzamos la mirada al cielo y pedimos que sean multiplicados los panes y los peces.
Dios escucha nuestra oración y el escaso pan comienza a multiplicarse mientras es repartido para saciar estómagos hambrientos.
El milagro se vuelve a producir, sobreabundancia de panes y peces. Nuestra oración respondida.
Cae la tarde, la multitud satisfecha abandona el lugar retomando cada cual su camino.
No hay gestos de complacencia, no hay palabras de gratitud.
No hay ni uno sólo que vuelva su mirada hacia nosotros agradeciendo lo recibido.
Recogemos las cestas con el pan sobrante mirándonos desconcertados, resentidos ante tanta ingratitud. Nos sentimos utilizados, tonta servidumbre a las que acudir cuando azuza el hambre, después…
Decaídos nuestros ánimos, entristecidos por la falta de sensibilidad miramos al Maestro.
Jesús sonríe.
- Maestro: ¿cómo puedes estar contento viendo cómo nos han tratado?
Jesús sonríe, y mirándonos con indulgencia nos dice.
- Siervos inútiles sois, sólo hicisteis lo que debíais hacer.
Las palmaditas en la espalda, las palabras agradecidas, los gestos de gratitud, muy a menudo escasean. Nuestra recompensa ha de ser saber que lo que hacemos lo hacemos por y para Dios, y de él, ya tenemos nuestro galardón.
Alzamos la mirada al cielo y pedimos que sean multiplicados los panes y los peces.
Dios escucha nuestra oración y el escaso pan comienza a multiplicarse mientras es repartido para saciar estómagos hambrientos.
El milagro se vuelve a producir, sobreabundancia de panes y peces. Nuestra oración respondida.
Cae la tarde, la multitud satisfecha abandona el lugar retomando cada cual su camino.
No hay gestos de complacencia, no hay palabras de gratitud.
No hay ni uno sólo que vuelva su mirada hacia nosotros agradeciendo lo recibido.
Recogemos las cestas con el pan sobrante mirándonos desconcertados, resentidos ante tanta ingratitud. Nos sentimos utilizados, tonta servidumbre a las que acudir cuando azuza el hambre, después…
Decaídos nuestros ánimos, entristecidos por la falta de sensibilidad miramos al Maestro.
Jesús sonríe.
- Maestro: ¿cómo puedes estar contento viendo cómo nos han tratado?
Jesús sonríe, y mirándonos con indulgencia nos dice.
- Siervos inútiles sois, sólo hicisteis lo que debíais hacer.
Las palmaditas en la espalda, las palabras agradecidas, los gestos de gratitud, muy a menudo escasean. Nuestra recompensa ha de ser saber que lo que hacemos lo hacemos por y para Dios, y de él, ya tenemos nuestro galardón.
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